Museo - Nuevas patrias

Fundadores y colonizadores de ciudades

La inmigración italiana en Estados Unidos, aunque compuesta en gran parte por agricultores, se mantuvo alejada de la agricultura, con excepciones en los estados del sur. Tontitown, en Arkansas, colonia fundada en 1898 y aún con un fuerte componente italiano, y, en California, la Italian-Swiss Agricoltural Colony, fundada en 1881 en el valle de Sonoma por Andrea Sbarboro, pionero de las granjas italianas en los "condados del vino".

La situación en América Latina era diferente. En Brasil, campesinos del Véneto, Friul, Trento y Lombardía fundaron colonias a las que dieron los nombres de sus países de origen.

En Argentina, por ejemplo, Villa Regina, donde los colonos italianos transformaron el desierto en huertos, viñedos, plantaciones forrajeras, maíz y hortalizas.

Una trayectoria singular de varios italianos ha sido la de fundadores de ciudades. A veces, pequeños empresarios que trabajaban en la construcción del ferrocarril tuvieron la inteligencia de adelantarse a las vías en lugar de seguirlas, comprando terrenos adecuados para las futuras estaciones y las ciudades que crecerían a su alrededor. Por eso algunos de ellos son recordados como "fundadores de ciudades".

Las "pequeñas Italias

Las calles de Little Italy, como se llamaba el barrio italiano en Estados Unidos, eran estrechas, abarrotadas, sucias, dominadas por casas de vecindad, grandes conventillos ruinosos con servicios compartidos y entrada a callejones casi inhabitables y oscuros.

El inmigrante recién llegado encontraba refugio en la "Pequeña Italia", integrándose en el grupo que reproducía valores y comportamientos familiares. En Buenos Aires, los emigrantes encontraban alojamiento en la zona portuaria, en edificios convertidos en viviendas, los "conventillos": edificios de dos plantas con un patio interior donde se compartían los servicios.

Los conventillos de Buenos Aires y los conventillos de Nueva York se convirtieron en centros de reproducción de la cultura italiana y en el origen de barrios italianos en los que las calles funcionaban como plazas, donde se podía encontrar un patrimonio cultural suspendido entre antiguas raíces y nuevas "fronteras".

La dolce casa

La conquista del hogar se convirtió en uno de los "signos" más tranquilizadores del camino recorrido y del "progreso" realizado: el hogar es el lugar donde cada uno puede ser simplemente él mismo. El hogar es nido y fortaleza; refugio para quienes tienen "dentro Italia, fuera América", aún en gran parte por conquistar. Y las fotos son casi biografías escritas por los propios emigrantes.

Dos testimonios diferentes: Augustin Storace comerciante y bombero en Lima. Bien educado, utiliza el objetivo para captar escenas de la vida familiar. Benny Moscardini, trasplantado a Boston, hace un uso menos privado de la fotografía: retrata a jóvenes y muchachas del barrio, las calles bordeadas de banderas en honor del general Díaz y, con ocasión de un viaje a Italia, un muelle del puerto de Nueva York.

Historias de intolerancia

La historia de la emigración italiana está salpicada de trágicos episodios de xenofobia, que se produjeron sobre todo en la última década del siglo XIX. En Estados Unidos: en 1891, 11 linchamientos en Nueva Orleans; en 1893, uno en Denver; en 1895, 6 asesinatos en Walsenburg; en 1896, 5 linchamientos en Tallulah. En Europa: en 1893, varias víctimas en incidentes en Aigues Mortes, Francia; en 1896, 3 asesinatos en Zurich. Muchos otros asaltos marcaron el conjunto de la gran emigración.

Los elementos comunes eran: los prejuicios raciales y culturales; el temor a las repercusiones económicas de la afluencia de inmigrantes; la influencia de la situación política general. La aversión racial hacia los italianos, considerados poco menos que negros, se reflejó en innumerables caricaturas despectivas publicadas en periódicos de muchos países.

Hacia una identidad compleja

Para los primeros emigrantes, el término "desarraigados" encaja bien: en general, se enfrentaron a la diversidad que les rodeaba, pero se defendieron de ella aprendiendo el idioma sólo lo mínimo y manteniendo sus costumbres y hábitos de vida originales. La segunda generación, a menudo nacida en el nuevo país, vivía insegura en la disyuntiva entre un pasado que podía ofrecer algunos puntos de referencia y un futuro atractivo pero aún impreciso.

La tercera y cuarta generaciones se integran en su sociedad y emergen en la política, las artes, las finanzas, el cine, el comercio. A medida que las generaciones se integran, sienten la necesidad de redescubrir sus raíces e intentan recuperarlas en busca de identidad, un impulso que aúna aspectos étnicos (religión, fiestas, gastronomía) y nuevos estilos de vida (trabajo, familia, amistades).

Agrupación

Durante la "gran emigración" surgieron asociaciones de ayuda mutua entre sus miembros, que les ayudaban a superar las dificultades para instalarse en su nuevo entorno. Mediante el pago de pequeñas cuotas mensuales, ayudaban a los que perdían su trabajo y cuidaban de los enfermos. A veces la sociedad se combinaba con una tienda que vendía artículos de primera necesidad a precios subvencionados.

Más tarde, las sociedades ampliaron sus actividades: ofrecían prácticas laborales; proporcionaban educación sanitaria con médicos y consultorios; creaban escuelas y bibliotecas para enseñar italiano y mejorar la formación técnica de los socios; organizaban almuerzos sociales, bailes, fiestas para aniversarios políticos y religiosos, y eventos culturales y deportivos. En las sociedades era posible seguir los asuntos italianos leyendo periódicos italianos.

La escuela entre dos mundos

Todos los gobiernos de los países de inmigración trabajaban para integrar a los extranjeros. El hombre que emigraba solo pensaba en ganarse la vida para mantener a los suyos en casa y acelerar su regreso y, por ello, rechazaba cualquier contacto con la lengua desconocida, con costumbres diferentes, incluso las relacionadas con el ocio. La política de integración más eficaz puesta en marcha por los países de acogida se conseguía mediante medidas de escolarización y bienestar para adquirir rápidamente las costumbres y hábitos locales.

Los gobiernos italianos se dieron cuenta de la importancia de mantener los lazos con los emigrantes: en 1889 se aprobó una ley sobre escuelas italianas en el extranjero; ese mismo año se fundó la "Sociedad Dante Alighieri" para difundir la lengua y la cultura italianas por todo el mundo.

Santos y procesiones

Las fiestas religiosas implicaban a la familia y a toda la comunidad y, además de las de Navidad y Pascua, las de celebración de los santos patronos. Al participar en ellas, los emigrantes se vinculaban a la vida de su comunidad de origen, sentían a los santos como sus protectores en las vicisitudes del exilio y de quienes recibían consuelo y ayuda. La importancia de la religión en las distintas comunidades italianas queda demostrada por la evolución de los lugares de culto: de la pequeña capilla de madera a la sencilla iglesia de piedra y, finalmente, a las monumentales, con altos campanarios, en estilos arquitectónicos de inspiración italiana.